Hace varios años, junto a este
árbol enterré un pasado infantil muy triste. Lo metí en una caja de galletas metálica
doblado junto a la peineta de mi madre, una muñeca con vestido y zapatitos
azules que me regaló Carlota, la carta de Mateo y una foto de mis padres.
Mi papá enviudó a los cuatro años
de que yo nací, fue un accidente terrible, justo el día de mi cumpleaños, mi
mamá se marchó. Luego conoció a Carlota pero tardó años en convertirla en mi
madrastra, a pesar de haber visto a mi madre ser sepultada, seguía amándola
como desde el primer día en que la miró. Una tarde se sentó a mi lado, se puso
a llorar, tenía una foto de mi madre en la mano. Trataba de decirme algo pero
no le entendí, cuando pudo respirar fue a su recámara, puso la música de
Agustín Lara que tanto solía escuchar en la penumbra de las cuatro paredes de
su corazón, creo que una de esas canciones lo unió a mi madre. Salió dos horas
después y me dijo nervioso –Me voy a casar con Carlota- Por supuesto que yo no
entendí nada, sólo tenía siete años, así que yo seguí jugando con mi juego de
té floreado y diminuto.
En la escuela se burlaban de mí,
me decían que Carlota sería una bruja como la de los cuentos, esa fue la
primera vez que escuché la palabra madrastra.
La palabra rebotaba en mi mente causándome pesadillas terribles y dolores de
panza que me tumbaban en la cama por días enteros. Mis malestares pasaron
cuando al llegar a casa, Carlota me demostró que no era mala sino todo lo
contrario, horneaba unos panes riquísimos, me enseño a contar, me llevaba al
parque y siempre que me arropaba en la cama se despedía besándome en la frente,
entonces yo podía oler la lavanda en su ropa, veía su esbelta figura caminar
hacia la luz del pasillo y desaparecer al cerrar la puerta.
Jamás vi que mi padre la besara,
o la abrazara. Cuando llegaba a casa le daba un beso en la mejilla, se sentaba
a comer y luego subía a su recámara a su cita diaria con Agustín Lara. Carlota
con una sonrisa, se acomodaba en el sillón a leer un libro mientras yo a sus pies
jugaba con mis muñecas. Jamás la escuché quejarse o decir una mala palabra. A
veces, la veía derramar una lágrima traicionera cuando cocinaba, pero
inmediatamente la barría de su mejilla y me sonreía dulcemente. En una ocasión nos
visitó su hermana acompañada de sus tres hijos pequeños, tomaron el té con
galletas y platicaron hasta muy tarde, Carlota se veía muy mona al tener al más
pequeño de sus sobrinos en los brazos, la idea de tener un hermanito me llenó
el corazón, pero Carlota dijo que esa idea a mi padre no le gustaría, que mejor
no comentara nada más del asunto.
Jamás celebré un cumpleaños
después de la muerte de mi madre, en esos días mi padre no me dirigía ni
siquiera una mirada, salía desde muy temprano de la casa y sin desayunar para
volver hasta muy noche con los ojos hinchados. Carlota me llevaba a misa, rezábamos
por mi madre unos minutos, dejábamos unas flores a la virgen porque, según
Carlota, ella se las daría a mi madre que estaba en el cielo, y luego volvíamos
a casa, me preparaba un platillo especial como regalo de cumpleaños para
después esperar a mi padre sentadas en la sala.
Carlota se convirtió en mi única
amiga, platicábamos de muchas cosas, pero jamás me atreví a preguntarle algo
acerca de mi padre, sabía que lo amaba, podía verlo en sus ojos al mencionar su
nombre y al doblar sus camisas. Yo supuse que con el tiempo mi padre se había
acostumbrado a su compañía, a su aroma, a su comida, y la quería en silencio.
Esta fue mi casa, mi guarida, mi
área de juego, mi paraíso, mi ancla, todo gracias a Carlota que me amó sin ser
mi madre y de una manera que recompensaba en algo la ausencia de mi padre. En este
árbol me rompí la muñeca y en este árbol conocí a Mateo.
Por ese entonces yo sólo escribía
mi diario y él sólo sabía tocar el pandero; éramos los mejores amigos, mi único
amigo después de Carlota. Me dolió mucho que se marchara, nunca me dijo adiós,
pero yo sabía que volvería a verlo y la sola idea me ponía de pie.
Cuando mi padre murió yo enterré
la caja de galletas, como si con ella enterrara mi dolor; a pesar de lo frío y
distante que fue mi padre conmigo, no quería perderlo, no quería sufrir lo
mismo que sufrí cuando mi madre murió, tenía miedo, estaba enojada, mi corazón
era apenas una pasa que amenazaba con desaparecer. Y si el mío era eso, el de Carlota
estaba mucho peor. Ahora estábamos las dos solas, y solas de verdad porque ya
no veríamos a mi padre cruzar el umbral de la puerta, ni subir a su recámara para escuchar a Agustín
Lara. A pesar de estar sin en él durante el día, sabíamos que volvería a casa y
eso nos tranquilizaba, pero ahora, sin tenerlo, nuestro equilibrio era apenas
un recuerdo.
Me encantaba escribir, era lo que
mejor hacía después de leer todo lo que Carlota ponía en mis manos, ella misma
me regaló una máquina de escribir, y fue así como todo comenzó. Era mi liberación,
mi descanso, mi catarsis. Mis escritos nunca salieron de mi imaginación, yo
sólo escribía lo que susurraban en mi oído esos personajes que querían que su
historia fuese contada, me dictaban lentamente su vida y entonces tenía hojas y
hojas sobre mi escritorio.
Cuando mi primer libro estaba por
publicarse a mi vida volvió Mateo, nos encontramos en un restaurante, para ése
entonces él tocaba magníficamente una guitarra, estaba sentado sobre un banco
alumbrado por una tenue luz azul. Los comensales aplaudían complacidos por la
música que, según me dijo, él mismo había compuesto.
Como era de esperarse
permanecimos juntos mucho tiempo, él buscaba una oportunidad como cantante y yo
como escritora, intentó enseñarme a componer y a tocar la guitarra pero la
música y yo nunca congeniamos, él jamás me puso atención si de libros se
trataba. Éramos jóvenes, aprovechábamos cada momento para amarnos hasta caer en
la cuenta de que teníamos planes abismalmente distintos, si queríamos estar
juntos teníamos que abandonar nuestros sueños y si queríamos triunfar, teníamos
que separarnos.
A pesar de la lucha por
permanecer juntos, la separación fue inminente, claro que fue doloroso pero el
éxito se encargó de compensarlo. Lo último que supe de él fue que se casó,
consiguió posicionarse como un gran cantante y gozaba de una pequeña fortuna
que duró hasta su divorcio.
Por mi parte y a pesar de los
consejos de Carlota, jamás me casé, eso sí, viví con muchos hombres, cada uno
maravilloso, pero el matrimonio nunca fue lo mío, en cuanto un anillo de
compromiso se asomaba, yo salía disparada hacia la salida, para nunca más
volver. Y no me arrepiento, mis libros han sido la mejor compañía, durante
todos estos años.
Con la fama obtenida, nos
volvimos a cruzar Mateo y yo, en un gran evento. Volvimos a estar juntos y
luego, en silencio, nos marchamos a seguir viviendo, fue un encuentro fugaz
pero muy apasionado, en esta ocasión la retirada sucedió por miedo. ¿A qué? No lo
sé. Escuché su voz en la radio, podía adivinar sus palabras, como si en cada
una de ellas lanzara una caricia para mí y yo, como respuesta, en mis libros le
gritaba que lo amaba, manteniendo esa secreta conversación nos hicimos más viejos.
Carlota falleció mientras dormía y como en una película romántica, sonreía
pacíficamente con una foto de mi padre en el pecho.
Yo sabía que mi padre jamás la
amó como lo hizo con mi madre, pero alimenté las ilusiones de Carlota día con
día, porque leía en sus ojos una melancolía que me partía el corazón. Esa fue
la tercera vez que mi corazón se hizo una pasa. Despedí a mi amiga con un beso
y volví a este árbol; el árbol de mis secretos, de los secretos de Carlota, de
nuestros amores. Desenterré las cajas, primero abrí la mía, encontré todo en su
lugar, abrí la carta de Mateo, vi sus trazos infantiles, sonreí recordando el
día en que nos conocimos. Levanté la foto en donde una bella mujer sonreía radiante,
junto a ella un hombre apuesto, no era mi padre, sino un extraño, un ser que
conocí cuando era niña pero que desapareció cuando cumplí cuatro años para
dejar a su remplazo: un hombre muy triste y serio.
Metí a la caja la foto de Mateo y
una flor de plumeria que Carlota me regaló. Lloré al tomar la muñeca de vestido
azul, recordé el día que Carlota y yo confiamos nuestras cajas al árbol y sus
raíces, recordé también la promesa que hicimos, las risas de esa tarde, los secretos
que nos contamos, las galletas y la leche. Era un pacto, nuestro pacto eterno.
Tomé su caja, limpié mi rostro. Sabía lo que tenía que hacer.
Metí sus agujas con la bola de
estambre que comenzaba a tejer, metí también la foto de su boda con mi padre, la
pulsera que le hice, para después sacar el anillo de mariposa que hace años
Carlota prometió que sería mío; lo puse en mi dedo, después de tanto tiempo,
ella había cumplido con su promesa, <<Cuando esté con tu madre, le diré que
te regale su anillo de mariposa. Y podrás venir a buscarlo aquí>> Desde
el cielo, Carlota me mandaba el único recuerdo claro que yo tenía de mi madre
cuando me acariciaba.
Regresé las cajas a su lugar,
salí de la casa para nunca más volver, me marchaba a España. Sabía que ahora
estaba sola pero no me pesaba, después de unos meses, Mateo volvió por mí,
después de abandonarme cuando éramos niños, cuando fuimos jóvenes, en esta
ocasión, ninguno de los dos se marcharía, esta vez nos quedamos para siempre.
Ni*
:'( por qué mataste a Carlota??? ¿Por qué señor?
ResponderEliminarHahaha ok ya, amiga está super lindo tu relato, Dios se me erizo la piel, que lindo que lo hayas escrito especialmente para mi, pero te digo, tu siempre matando personajes, asesina.
TQM
Ha estado triste pero bonito este relato. Me gustó el tipo de letra que empleaste esta vez porque es más fácil leerlos (:
ResponderEliminarCreo que todos nos merecemos a alguien que nos ame, no que sólo nos quiera a medias como le pasó a Carlota. Y lo de Mateo también fue un tanto feo, serían sueños distintos, sí, pero aún así creo que todo puede ser posible.
no lo puedo creer, casi llore de la inprecion, la verdad no imagino que me pase algo asi... y no a todos les pasa eso, pero como que si estaria bien, despues de sufrir poder sonreir... eso me gusta
ResponderEliminarMe gusta mucho tu estilo, definitivamente esta ha sido mi favorita (aunque apenas llevo 4 leidas) siento que esta historia hubiera valido mucho la pena leerla "completa" a detalle. Por cierto, me gusta mas cuando escribes en primera persona, siento que se te da mucho mejor, a pesar de que me gustan mas con dialogos siento que en este caso no hicieron falta. Felicidades, sinceramente me encanto!
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