28 octubre 2020

NECESITAR UN ABRAZO

Nunca antes me había costado tanto escribir sobre lo que siento. Y creo que, en gran parte, se debe a que me he estado escondiendo de mi misma. No he querido parar a escuchar lo que tiene que decir mi cuerpo y mi mente.
Creo que uno de mis grandes defectos es tener grandes expectativas de las cosas y esperar siempre lo mejor, ver el lado positivo. Inicié esta cuarentena pensando que, efectivamente, duraría las dos semanas que anunciaron y que les hicimos saber a los estudiantes. Aún después, cuando anunciaban que se alargaba y que se alargaba, tenía la firme esperanza de que se acabaría pronto y que sólo sería una etapa, algo que superaría fácilmente.
El ser maestra de escuela particular me ha colocado en una posición de trabajo constante, casi sin descanso, como si se trataran de clases normales pero pegada a la computadora. El estrés y la ansiedad entraron sin invitación.
Podría definir estos tres últimos meses como una montaña rusa de emociones, me puedo encontrar muy feliz o entusiasmada y al segundo enfurecerme por algo tan insignificante o estar al borde de las lágrimas. Eso es lo que más me molesta, sentirme tan fuera de mi misma y tan sin control de lo que siento y de mis reacciones, soy una extraña para mi misma.
Me preocupo por todo, especialmente por mis alumnos. Las condiciones actuales reflejan todas las decadencias de México, la violencia, la falta de igualdad y de empatía, el maltrato, la pobreza, las enfermedades, y, en medio de todo eso, niños que no comprenden del todo qué ocurre y, pese a eso, deben tomar un libro y un lápiz.
He empezado a pensar en la muerte, muchísimo más de lo que es normal, y puedo comprender por qué Drácula está maldito, por qué muchas culturas la veneran, la respetan. Y me asusta esa voz.
He deseado enfermarme, romperme un hueso o lo que sea con tal de parar, de hacer un alto en todo esto. Sin embargo, no hay freno, las clases deben continuar, debo seguir en pie para mi familia, especialmente para mi madre y tratando de no quebrarme cada que hablo con mis amigos.
Me veo a mi misma gritando en un lugar vacío, sin ruido, acurrucándome sobre mis rodillas (¿eso es posible?) y me duele tanto esa visión, el no poder salir de ese sitio o el salir momentáneamente.
Como un acto desesperado, salí con mi mamá de viaje, porque es algo que siempre me reconecta, me encuentra conmigo misma pero, de regreso, en la oscuridad de la carretera, me descubrí llorando, por un mundo que ha muerto en tantas formas. Llorando también por mí, porque ni con ese viaje pude encontrar esperanza. Muy por el contrario, el panorama fue como lo que había ante mis ojos: sólo noche, con relámpagos al fondo, incierto más allá de las luces de los autos.
Me siento tan perdida y sola, y necesitada y triste e impotente que cada vez y con más fuerza, día a día, siento que estoy siendo arrastrada a algo, sea lo que sea. Y, entonces me siento culpable por sentirme así, porque personas en todas partes del mundo están sufriendo situaciones más adversas y porque tengo conmigo a mi familia, sana, estable, cariñosa. Porque tengo un trabajo. Porque, aunque sea a la distancia, hay amigos dispuestos a escucharme.
Pero sigo aquí, tan cansada de tener que fingir estar bien pero obligándome a mí misma a seguir estando bien por y para todos los demás. Y sintiéndome pusilánime por dar palabras de aliento vacías, por ser una piltrafa que debe permanecer de pie cuando ya no puede.
Y esta necesidad asfixiante de llorar y no poder hacerlo. Me siento rota, quebrada, sobrepasada. ¡Qué importante es la compañía! Que triste que tuviéramos que vivir una pandemia como esta para comprenderlo.
Hace unos días retomé el contacto con una persona que amo con locura y me dijo que siguió mi consejo de escribir lo que siente; eso me cayó como agua helada porque había estado postergando tanto este escrito. Fue como una llamada de atención pero a la vez una encendida de vela entre tanta oscuridad. 
La calidez que caracteriza a esa persona se hizo presente una vez más en mi vida, quizá para hacerme ver algo: soy fuerte, sólo necesito un respiro, admitir que a veces no puedo con todo y eso no es malo. Que la fortaleza que se encuentra dentro de mí me permite despertar cada día. Hoy, por ejemplo, me hizo posible escribir todo esto (aún llena de vergüenza y con ganas de borrarlo desde la primera línea). Que esa misma fortaleza me hará ver la luz del amanecer por la carretera en la que hoy sigue siendo de noche. Y, finalmente, que tengo mis letras y este espacio mío que está aquí para escucharme y consolarme, hoy más que nunca, agradezco tener un blog para volar, un blog que me abraza y me cura.

Ni*